Tim Mansel
BBC, República Dominicana
Rafael Leonidas Trujillo gobernó la República Dominicana con mano de hierro durante casi 30 años antes de ser asesinado en una oscura carretera el 30 de mayo de 1961.
Uno de los hombres que le dispararon esa fatídica noche conversó con la BBC.
Antonio Imbert tiene 90 años. Es un hombre corpulento con el pelo muy corto y se puso su uniforme militar para recibirme.
Imbert es oficialmente un héroe nacional porque hace 50 años fue uno de los hombres que emboscó y mató al dominicano.
Su esposa, Giralda, lo lleva a la sala y él se dirigió lentamente hacia una pequeña silla mecedora. Giralda le enciedió un cigarrillo y él me preguntó: "¿Qué quieres saber?".
Era tarde en la noche cuando Trujillo fue asesinado en un tiroteo en la carretera que conduce de la capital, llamada entonces Ciudad Trujillo, a San Cristóbal, donde el ex líder militar tenía una joven amante.
"Le disparé de nuevo"
El drama lo aborda el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su novela "La Fiesta del Chivo", que fue publicada en el año 2000.
Imbert y otros tres conspiradores estaban esperando en su automóvil a que pasara el Chevrolet con chofer en el que viajaba Trujillo. Dos vehículos con otros tres hombres armados estaban apostados más arriba en la carretera.
A los 90 años, la memoria de Imbert no es lo que era. Pero sí se acuerda de haber perseguido el automóvil de Trujillo y también recuerda los primeros disparos.
La memoria de Imbert también retiene el momento en el que chofer de Trujillo redujo la velocidad y su decisión de, con su vehículo, atravesársele para bloquear el camino de Trujillo.
"Luego comenzamos a disparar", dice.
Trujillo y su chofer se defendieron. Imbert narra cómo eventualmente él y uno de los otros se bajaron del coche para acercarse a su objetivo.
"Trujillo estaba herido, pero todavía podía caminar, así que le disparé de nuevo", añade.
El gobernante, conocido simplemente como "El Jefe", quedó tendido muerto sobre la carretera. "Luego lo pusimos en el coche y se lo llevaron", indica Imbert.
Nadie me mandó a matarlo
Cincuenta años más tarde me pregunto si Imbert todavía se enorgullece de haberle disparado.
"Claro", responde. "Nadie me dijo que fuera a matar a Trujillo. La única manera de deshacerse de él era matarlo", asegura.
El general Imbert -se le dio ese rango militar más tarde para que pudiera recibir una pensión del Estado- no es el único en sacar esta conclusión.
"Si yo fuera dominicano, que gracias a Dios no lo soy, estaría en favor de la destrucción de Trujillo como el primer paso necesario para la salvación de mi país y, de hecho, lo consideraría como mi deber cristiano", escribió Henry Dearborn -el jefe de facto de la oficina de la CIA en República Dominicana- en una carta a sus superiores del Departamento de Estado en octubre de 1960.
"Si recuerdan a Drácula, recordarán que era necesario clavar una estaca en su corazón para evitar la continuación de sus crímenes. Creo que la muerte súbita sería más humana que la solución del Nuncio, que una vez me dijo que pensaba que debía rezar para que Trujillo tuviera una enfermedad larga y persistente", añadió.
"La Guerra Fría en el Caribe"
Rafael Leonidas Trujillo había tomado el poder en 1930. Se trataba de un poder absoluto que no admitía oposición. Los que se atrevieron a oponerse fueron encarcelados, torturados y asesinados. A menudo, sus cuerpos desaparecían y se decía que eran utilizados para alimentar a los tiburones.
"Tengo que comparar su régimen con el de Stalin o con el actual gobierno en Corea del Norte", señala el historiador dominicano y ex embajador en Washington, Bernardo Vega.
En 1937, Trujillo ordenó la masacre de varios miles de haitianos en un intento por realizar una "limpieza étnica" y luego a regañadientes pagó una indemnización.
Además, cambió el nombre de la capital a Ciudad Trujillo, así como el de la montaña más alta del país, a la cual denominó Pico Trujillo. Coleccionó medallas y títulos, expropió propiedades y negocios para sí mismo y su familia.
Durante esa época, mantuvo relaciones cordiales con Estados Unidos. Una fotografía tomada en 1955 lo muestra sonriente con el entonces vicepresidente de EE.UU., Richard Nixon.
Sin embargo, la relación se agrió y, en 1960, Estados Unidos cerró su embajada y retiró a su embajador. La gota que colmó el vaso había sido un intento de asesinato patrocinado por Trujillo contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.
El presidente Dwight Eisenhower ya había aprobado un plan de contingencia para eliminar a Trujillo si un sucesor adecuado podía ser inducido a tomar el relevo.
En ese caso, el único material de apoyo proporcionado por EE.UU. a los conspiradores eran tres carabinas M1 -que habían quedado en el consulado de EE.UU. tras la retirada del personal de la embajada- que fueron entregadas con la aprobación de la CIA.
Sin apoyo
El nuevo gobierno de Kennedy retiró su apoyo formal al atentado contra la vida de Trujillo en el último minuto.
La fracasada invasión de Cuba en Bahía de Cochinos había tenido lugar sólo tres semanas antes y Kennedy estaba preocupado de que un vacío de poder en la vecina República Dominicana pudiera ser llenado por otro Castro.
"La Guerra Fría se había trasladado al Caribe", explica Bernardo Vega.
El complot para matar a Trujillo fue un desastre. A los pocos días casi todos los involucrados en la conspiración habían sido detenidos, junto con los miembros de sus familias. Fueron encarcelados, torturados y en muchos casos, asesinados.
Pero todos ellos son recordados como héroes. Una placa cerca del lugar donde Trujillo murió conmemora el sacrificio de estos hombres y se refiere a la muerte del ex gobernante militar no como un "asesinato" sino como "ajusticiamiento".
"Nosotros los dominicanos reaccionamos muy negativamente cuando a los que mataron a Trujillo los llaman asesinos", dice Bernardo Vega.
"El ajusticiamiento es una forma de darle un giro positivo, decir que era algo bueno", aclara.
El sombrero y los zapatos
Antonio Imbert le debe su supervivencia a la valentía del cónsul italiano en Santo Domingo, quien le permitió esconderse en su casa durante seis meses.
Él fue el único de los siete hombres que, tras participar en el tiroteo, sobrevivió el año 1961. Dos de ellos murieron tras resistirse a ser detenidos.
A los otros cuatro los sacaron de la cárcel y les dispararon en un acto de venganza personal ordenado por Ramfis, el hijo mayor de Rafael Leonidas Trujillo.
Antonio Imbert aún conserva una de las carabinas M1 estadounidenses, pero no me permite verla. "Ese tipo de cosas no se muestran", agrega.
Pero sí me deja ver el sombrero que utilizó para disfrazarse en los agitados días después del ataque, mientras caminaba por las calles de la capital en busca de refugio.
Imbert cuenta una historia de cómo tomó un autobús público y el chofer lo reconoció, pero no aceptó que pagara nada por respeto a lo que había hecho.
Su esposa trae el par de zapatos marrones que calzaba la noche que Imbert le disparó a Trujillo.
Son sorprendentemente pequeños- talla 37 y medio- y visiblemente desgastados. "Nunca han sido reparados", me confiesa su esposa.
"Él se los pone cada 30 de mayo y, a veces, los lleva durante varios días", concluye.
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