domingo, 21 de noviembre de 2010

Notas sobre la historiografía en los últimos años

Uno de los rasgos comunes que presenta la historiografía occidental es la ampliación del campo, que ha sido continua desde fines del siglo XIX. El aumento de la matrícula de estudiantes, notable sobre todo en la Argentina en períodos de crisis, significa que la historia sigue siendo para muchos una herramienta útil para comprender la realidad. También se han incrementado los planteles docentes y de investigadores. Se ha mantenido y, en algunos momentos ampliado, la publicación de libros y revistas especializadas, acompañada por una creciente participación de historiadores profesionales en la enseñanza media, por su participación en la redacción de manuales. Incluso, algunos libros de historia se han convertido en éxitos editoriales. Por otro lado, se ampliaron las redes internacionales a través de congresos, conferencias, publicaciones y el sistema de becas para la realización de posgrados.

Sin embargo, se ha insistido, desde hace demasiado tiempo, en que estamos viviendo una crisis de la historiografía. Especialmente, se ha postulado una crisis de paradigmas, más enunciada que investigada.

Pero ¿qué es lo que está en crisis? Sin duda los paradigmas interpretativos y metodológicos estabilizados en el siglo XIX han estallado desde la posguerra. Al tiempo que el mayor acercamiento de los historiadores a las ciencias sociales pone en riesgo, para algunos, la identidad de la historia como disciplina. También se reformuló la relación de los historiadores con la sociedad, el Estado y el poder político.
La ausencia de un método, una imagen del pasado y una teoría consensuada parecen ser los síntomas de dicha crisis. Pero si nos desplazamos en la historia de la disciplina, como brevemente hemos hecho aquí, se torna evidente que dicho consenso sólo se dio en momentos específicos y en escenarios nacionales concretos. Ello es así porque los historiadores, a su modo, expresan las batallas que sobre las representaciones de su pasado atravesaron a las sociedades en el tiempo. Esas batallas, en el caso de los historiadores, a veces tomaron la forma de luchas por la ocupación de posiciones en un campo profesional y en otros casos tuvieron por objeto la conquista de un público más vasto, como sucedió en la Argentina con el revisionismo.

Es evidente, entonces, que ya no hay un centro dominante en la historiografía, ni un núcleo irradiador de nuevas tendencias. Una variedad de revistas son la expresión del policentrismo que han señalado Carlos Aguirre Rojas, entre otros1. Asimismo, conviven diversas tendencias en las distintas subdisciplinas en las que se ha dividido la historiografía actual.

La microhistoria se ha fragmentado, como producto de las diferencias entre sus creadores y las aplicaciones de quienes se inspiraron luego en sus propuestas. La historia intelectual, una de las tendencias más innovadoras de las últimas décadas, presenta diferencias notables en los planteos de la Escuela de Cambridge, centrada en el estudio de las ideas políticas, con Skinner y Pocock; la historia conceptual alemana, representada por Reinhart Koselleck, que se mantiene más cercana a la historia social; y la vertiente sociocultural que tiene a La Capra como uno de sus referentes en Estados Unidos2.

Las diferencias son aún mayores si se incorpora a la historia de las ideas y a la historia cultural, con sus múltiples definiciones y su variedad de objetos de estudio3. Y así podríamos seguir con los distintos campos de estudio, cuya atención particular sólo serviría para ampliar los ejemplos. Por estos motivos, ninguno de estos espacios disciplinares es estable. Recurrentes críticas a los modos de construcción de sus objetos de estudio y a los métodos de abordaje utilizados amenazan la legitimidad de distintas corrientes, como sucede en el caso de la historia oral.
Sin duda, la historia oral ha hecho una notable contribución a la historia al dar voz a los protagonistas y ha promovido el surgimiento de una historia del tiempo presente, sustentada en instituciones como el Institut d’Histoire du temps présent, en Francia. Pero ha sido cuestionada, al menos como recurso para la reconstrucción del pasado, porque los relatos que se obtienen sólo dan cuenta del modo en el que los sujetos organizan su experiencia en el contexto en el que son entrevistados.

Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, la multitud de subdisciplinas en las que se dividió la historiografía contemporánea es una realidad ya sin retorno. Hasta queda lugar para una historiografía tradicional que pervive casi sin alteraciones en algunos centros académicos. Habría que admitir que la incertidumbre que describe la crisis al menos es notablemente productiva. No parece haber en el horizonte ningún fantasma que merezca ser temido, salvo por aquellos que sienten nostalgia por un mundo más distante que el nuestro del abismo. Mundo, por otro lado, que jamás ha existido.

Dicha incertidumbre promovió en los últimos años y a la vez está estimulada por una mayor autorreflexión de los historiadores respecto de sus prácticas y a las condiciones de producción de sus discursos. El “giro lingüístico” desde mediados de los años 60 y la sociología de las instituciones que ha desarrollado Pierre Bourdieu, han estimulado el surgimiento de una rama más crítica que autocelebratoria de la historia de la historiografía4.

Los trabajos de Hayden White y Michel de Certau tuvieron la virtud de estudiar el discurso y las prácticas historiográficas con un conocimiento del oficio del que carecían los epistemólogos5. Así promovieron un debate más productivo e insoslayable. Una de las conclusiones posibles es que si las sociedades y los grupos sociales se construyen a sí mismos, en parte, a partir de la imagen que tienen de sí en el pasado, los historiadores debieran asumir que sus discursos cargan con una responsabilidad social que es propia de su oficio. Sin embargo, no son sólo los historiadores los que participan en la construcción de representaciones del pasado. Intelectuales en sentido amplio, los medios de comunicación y operadores culturales como las agencias de publicidad también elaboran imágenes del pasado que tienen impacto en el presente y, por supuesto, en el futuro.

La historia de la memoria colectiva y de los “usos del pasado” ha abierto en los últimos años un área de estudio tan incierta como fecunda, que se expresa en un libro inspirador dirigido por Pierre Nora, Le lieux de la mémoire(1986-1993) y en una variedad de congresos y publicaciones sobre el tema. Tal vez se podría denominar a esta operación autorreflexiva como un “giro historiográfico”, en el que la historia se vuelve sobre sí misma y los historiadores y la historiografía se convierten en objeto.

A diferencia de lo que sucedía en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, los Estados han dejado de reclamar a la historia una fuente de legitimidad que desde la posguerra encuentran en diversas formas de intervención social, entre las cuales el Estado de bienestar es un ejemplo. Por otro lado, la historia ha dejado de ser un recurso para la argumentación política, como lo fue en el siglo XIX y parte del XX. Sin embargo, la cuestión central sigue siendo la misma: si los historiadores se encuentran en condiciones de responder a las preguntas que las sociedades se formulan sobre su pasado, presente y futuro.

1Aguirre Rojas, C., Pensamiento historiográfico e historiografía del siglo XX, Rosario, Prohistoria y Manuel Suárez ed., 2000.
2Ver AA. VV., “¿Qué es la historia intelectual?”, en Débats, N° 16, pp. 32-41; La Capra, D., “Repensar la historia Intelectual y leer textos”, en Palti, Elias, Giro lingüístico e historia intelectual, UNQ, Quilmes, 1998; Pocock, J.G.A., “Historia intelectual: un estado del arte”, Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 5 /2001; Skinner, Q., “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, Prismas, N° 4, UNQ, Bs. As. 2000, p. 149; Koselleck, R., Futuro pasado, Barcelona, Paidós, 1993.
3Chartier, R., El mundo como representación. Historia cultural entre práctica y representación, Gedisa, Barcelona, 1995.
4Rorty, R., El giro lingüístico, Paidós, Barcelona, 1998.
5White, H., Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992 [1ra. Ed. 1973]; De Certau, M., La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, 1993 [1ra. ed. 1978].

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