martes, 26 de junio de 2012

Entrevista a Alejandro Paulino

Entrevista a Alejandro Paulino

Por MERCEDES CASTILLO

 El aporte del Archivo General de la Nación a la sociedad dominicana es de mucha trascendencia, pues lo que pasaba en esta institución era lastimoso y se nos perdía la memoria histórica, las raíces de lo que somos como pueblo.
Mercedes Castillo 1.- ¿Donde nació y como fue tu infancia?
Alejandro Paulino: Nací en San Francisco de Macorís, Provincia Duarte, el 25 de noviembre de 1951, aunque por cosas de la vida mi padre asentó en los documentos de la oficialía civil de aquella ciudad, que fue un 15 de mayo, además de que siempre se discute en la familia de si soy un poco más joven o como dice mí tía que me atendió desde chiquito, que un poco más viejo. De todo modo, mis primeros años lo pasé junto a mis padres en el lugar donde nací, es decir, en la calle Emilio Prud`Homme, casi esquina calle Duvergé, muy próximo a los rieles que llevaban a la estación del tren que iba y venía del ramal de Villa Arriba que se unía a la vía principal que unía a Sánchez y La Vega.
En la esquina Duvergé mi padre tenía un colmado y aunque no era rico, tenía varias propiedades y algunos pequeños negocios que ayudaban a que la familia viviera con cierto bienestar en una ciudad donde los ricos eran muy pocos. De ellos recuerdo a Trifón y Doña Melva Munne, que vivían a la entrada del pueblo por la carretera por donde se llegaba viniendo de la Capital. Cerca de mi casa también estaba la escuela Castillo de varones y dividido por gran espacio y una piscina olímpica en su centro, la escuela de las hembras. Esa piscina se convirtió en una pesadilla el día que un niño se ahogo en ella, por lo que nunca más fue llenada de agua y por décadas se mantuvo como un foco de infección sin que nadie supiera que hacer con la misma, hasta que por fin, tiempo después de la muerte de Trujillo, la rellenaron de tierra y la desaparecieron de la vista de todos. En la escuela de varones hice mis primeros cursos, entre 1955 y 1957.  En esa escuela es de grata recordación la señora Beatriz, que murió hace un par de años y era hermana del músico Félix del Rosario. Esa señora vivía al lado de mi casa y del patio de la mía se podía pasar al de ella, pues en esos tiempos los patios de San Francisco no tenían cercas que lo impidieran.
Haber vivido al lado de la casa de Doña Beatriz creo que me marcó, pues su hija, que le decíamos Mecho, que ya estaba en cursos de la escuela intermedia, se la pasaba estudiando para los exámenes finales en unos folletos o cuadernillos de historia que me parecen resúmenes del libro de historia de Ramón Marrero Aristy. Yo de curiosos, me ponía a escuchar las preguntas y respuestas que se hacían las niñas que acompañaban a Mecho y un día, para sorpresa de las presentes, cuando preguntaron que quién descubrió a América, yo contesté apresurado que Cristóbal Colón, lo que resultó llamativo para todos y siguieron haciéndome preguntas, algunas de las cuales contestaba. Creo que de allí vienen mis primeros contactos con la profesión de historiador que intento practicar en la actualidad.
Otra cosa que me pasó en el patio de la casa de Doña Beatriz tiene que ver con unas reuniones festivas que se celebraban allí, en las que Félix del Rosario y varios amigos (recuerdo a Malico, el Gallo e Jando, y a uno que construía tinajas y que vivía frente a la casa de Beatriz), todos con instrumentos a manos, interpretaban rítmicas canciones que ahora se me antojan eran sones y bachatas, tocadas con instrumentos variados: guitarra, guira, maracas, bongós, palitos y la marimba que la tocaba el tinajero. Desde entonces he puesto atención a esas músicas y en el año 2005 realicé una investigación acerca de la historia de la bachata que terminó siendo mi tesis para el grado de Maestría en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
También de aquellos años de niños, recuerdo a los amigos que vivían en mi barrio, entre ellos a Juan Pablo, los hijos de Pedritin, los de José y Carmen Cepeda, Rafael La Lámpara, y muchos otros que ahora no recuerdo, con los que jugaba bolas, pelotas, “a la escondida”, “uno dos y tres pisacolá”, al “ladrón y el policía”. Montaba a caballo y me la pasaba corriendo en el play de pelotas del pueblo que también quedaba muy cerca de mi casa, próximo a los rieles del tren y de un cabaret llamado Los Cuatro Vientos. Con la muerte de Trujillo las “turbas” antitrujillistas destruyeron el estadio de pelota y sus terrenos tomados para construir ranchos y casitas de personas muy pobre. En aquel cabaret vi por primera vez a Joseito Mateo, quien después de esa visita comenzó a cantar un merengue que se hizo muy popular en el que se anunciaba la venta de tortas (la torta dulce, torta, la torta amarga, torta…).  Era la canción de un vendedor callejero de tortas o arepas y que retomada por el artista se convirtió en éxito. Un poco más lejos de mi casa, llegando a los transformadores, donde luego se construyó la iglesia San Martín, uno de mis sitios favoritos era el parque infantil que quedaba frente a la puerta de La Chocolatera, donde ahora queda el Palacio de Justicia y los Bomberos de San Francisco.

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Voltaire

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