domingo, 7 de noviembre de 2010

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA CONSTRUCCIÓN Y EL USO DE LAS FUENTES ORALES EN HISTORIA

Andreas L. Doeswijk*

Resumo. Este artigo visa apontar algumas das perspectivas inovadoras do uso histórico de fontes orais, assim como assinalar alguns perigos que ameaçam a sua pratica. Entre as primeiras estão: a sua capacidade para resgatar o mundo das experiências subjetivas e cotidianas, a sua função dialógica democratizante e a sua competência para criar uma polifonia de discursos. Entre os fatores que enfraquecem o trabalho com fontes orais estão: o memorialismo, que acredita num passado não contaminado pelas experiências posteriores, a tendência de gravar discursos cristalizados, as concessões outorgadas ao sentido comum e o baixo teor teórico.

Palavras-chave. História, fontes orais, oralidade, entrevistas.

Some comments on building and using oral sources in history

Abstract. The aim of the present article is to discuss some innnovative aspects of the use of oral sources and point out some risks in this process. The innovative aspects comprise its capacity of recovering the world of individual and everyday experiences, its democratizing dialogical function and its competence of creating polyfonic discourses. On the other hand, the risk factors comprise memorialism, which believes in an uncontaminated past by later experiences, the tendency to record crystallized discourses, concessions to common sense and low theoretical content.

Key words. History, oral sources, orality, interviews.

Ficam, portanto, os amigos avisados de que na história do Silva há uns floreios. Acho que ele procedeu com acerto: quando um cidadão escreve, estira o negócio, inventa, precisa encher o papel. Natura. Conversando, como agora, a gente só diz o que aconteceu. É o que eu faço. Na sala havia quatro jaqueiras. Apenas. (Ramos, 2000:53)

INTRODUCCIÓN

Desde hace 20 años, la historia fundamentada en fuentes orales se ha puesto de moda y, por ahora, no muestra indicios de que su crecimiento estuviera llegando a algún tipo de límite natural. Profesionales de las ciencias humanas, funcionarios públicos adscriptos a distintos programas culturales y – no en último lugar – docentes de todos los niveles educacionales, cada vez hacen más uso de este recurso de la oralitura para fines de investigación, de recopilación de historias de vida e memorias colectivas e, inclusive, para la producción de una historia viva.

Es nuestra intención presentar en este artículo el efecto democratizador y socializador de este método enfatizando su capacidad de rescatar el mundo de las experiencias y de la estructura de sentimientos. Sin embargo, no queremos dejar de señalar algunos peligros que acechan esta disciplina, entre ellos el memorialismo – o sea, la simple conservación de lo anecdótico, pintoresco e aleatorio – la tendencia a documentalizar discursos cristalizados, las concesiones complacientes para con el sentido común y el bajo tenor teórico muchas veces presentes en los trabajos con fundamento en la oralidad.

Frecuentemente uno se encuentro frente al hecho de que no existe una conciencia clara de que esta práctica debe estar resguardada por precauciones y por conocimientos específicos básicos para evitar que a oralidad se transforme en alegre devaneo de los que piensan que todo procedimiento e interpretación tiene el mismo valor académico; que los relatos son auto-explicativos o que las evidencias históricas son creadas por el mero acto de la grabación de una voz en una cinta magnetofónica.

¿UN CAMPO MINADO...

El territorio donde desenvuelven sus prácticas los historiadores que trabajan con fuentes orales no está exento de una serie de problemas, conflictos e incongruencias.

Entre todos los peligros que acechan a este tipo de archivistas, cronistas e historiadores hemos citado adrede al MEMORIALISMO en primer término. Dora Schwarzstein, entiende por “memorialismo” (escrito así, entre comillas): la mera recolección anecdótica e contraproducente para lograr una voz polifónica para la disciplina (López, 1998:14). En ese mismo Informe, López cita también a Philippe Joutard que asimismo da su voz de alerta contra el memorialismo proponiendo como alternativa: la búsqueda de sentido en lo recordado (Idem). Es decir, no se trata sólo de recopilar sino también de interpretar, para no caer en el culto a la anécdota pintoresca, en la memoria por la memoria y sin perspectivas generalizadoras.

Invalidando el memorialismo no se pretende desconocer la legitimidad del trabajo que rescata recuerdos, sino criticar aquella práctica ingenua que considera que toda anécdota tiene el mismo valor y resulta auto-explicante. Una práctica histórica sin preparación previa, sin interpretación de los resultados, sin la confrontación con series de recuerdos análogos y, sobretodo, con el arsenal teórico y metodológico, realmente carece de relevancia académica.

Contrariamente a lo que se podría suponer, este memorialismo no se encuentra presente sólo en la práctica de archivistas y cronistas, sino también en la de los historiadores profesionales de las universidades y de las instituciones dedicadas, específicamente, al rescate de la memoria colectiva mediante el recurso de la oralidad. Es sólo leer los artículos especializados y las comunicaciones presentadas en Congresos de Historia Oral y la encontraremos con una presencia opresiva.

No cabe duda que la práctica de la oralitura presenta, a menudo, fuertes tendencias hacia características ideológicas que se inscriben en el POPULISMO CONSERVADOR, ya que una de sus virtudes, la de tener como predestinatario al pueblo historiado, a veces se vuelve como un bumerang contra el estatuto académico de las ciencias sociales, cuando se cae en el excesivo halago a las expectativas tradicionales de la comunidad y de las personas entrevistadas, o sea, en la complacencia frente a los discursos y el imaginario del sentido común. Recordar el pasado no sólo puede ser una actividad traumática o terapéutica en que los más viejos hacen el balance de sus vidas frente a los más jóvenes, sino también una confrontación con el presente que pretende que sus parámetros sean “naturales”, los únicos legítimos, racionales y viables. Demás está decir que para este populismo conservador, cualquier pasado fue mejor.

En cuanto al conservadurismo, todo trabajo histórico tiene por misión conservar el pasado, pero rescatándolo también de la condescendencia de los contemporáneos y no sin que se descubra una multiplicidad de mensajes para el presente, tal como lo explicitó Edward P. Thompson a lo largo de toda su obra. Las prácticas conservadoras y populistas de los historiadores que trabajan con la oralidad, se deben, muchas veces, a la recusa de hacer una historia verdaderamente social. De esta manera las historias locales suelen presentarse como hagiografías de pioneros y los dirigentes políticos, religiosos y empresariales pasan a ser los únicos demiurgos de la historia regional. ¿Los ausentes? Las mujeres, los obreros, los pobres o, en la Patagonia, las comunidades indígenas y los trabajadores chilenos y en el estado de Paraná, de nuevo los indios además de los posseiros y caboclos. En fin, el populismo conservador se suele constituir en una práctica demagógica y autocomplaciente de aquellos que le tienen miedo al cambio y al espíritu crítico.

También nos parece que la dependencia de las estructuras políticas, con objetivos netamente extra-académicos, deben ser evitadas o minimizadas por parte de las instituciones que trabajan con programas de rescate de la memoria local. De esa manera, también vale para ellas el siguiente consejo de E. P. Thompson:

Lo que los socialistas nunca deben hacer es entrar en la completa dependencia de instituciones establecidas: casas editoras, medios comerciales de comunicación, universidades, fundaciones. Los intelectuales socialistas deben ocupar un espacio propio, sin condicionamientos; tener sus revistas propias y sus propios centros teóricos y prácticos (Merrill, 1984:318).

El etno-historiador José H. Rollo Gonçalves nos llega a advertir contra el peligro de grabar DISCURSOS CRISTALIZADOS. La mayoría de las mujeres y de los hombres que podamos llegar a entrevistar – y en especial a los que ya pasaron de 60 años de edad – construyeron un discurso consolidado sobre su pasado. Evidentemente, que esos discursos están repletos de subjetividad pero eso, lejos de constituir un obstáculo, representa justamente la mayor riqueza de este género de historia que se fundamenta, necesariamente, en fuentes subjetivas. El problema radica en que esos discursos, sedimentados y contaminados, sin duda, por experiencias posteriores al período narrado, sólo esclarecen una parte de ese pasado, en cuanto que oculta otra, tan importante como la primera. Toda memoria se construye sobre las ruinas del olvido, El verdadero fundamento de la memoria no es el recuerdo sino el olvido. La memoria se constituye primero por lo que rechaza, sea porque lo encuentra insignificante, o demasiado significante (Joutard, 1999:7), de manera que, en las fuentes orales, esos olvidos pasan a ser tan importantes como los recuerdos.

Rollo Gonçalves - en el caso de una investigación sobre el discurso de los pioneros del Norte del Paraná – nos habla de decantaciones moralizadoras del pasado (Rollo Gonçalves, 1991:23-26). La memoria es siempre selectiva ya que nadie puede retener todas las experiencias vividas, pero esta selección, aunque inevitable, presenta una fuerte tendencia a recortar los elementos legitimadores de una vida: el éxito económico, la educación de los hijos o la práctica de la solidaridad social, en la perspectiva de los valores predominantes de cada sociedad, comunidad o clase social. O sea, las personas construyen un sentido coherente al magma caótico de sus recuerdos. Ahora bien, en el caso de los pioneiros de Maringá, hubo una verdadera práctica del olvido; lo no recordado eran los conflictos sociales, un auténtico Far West brasileño, fue reconvertido en un territorio donde muchos hombres y mujeres intentaron reinventar el paraíso terrenal. La violencia, la población de los indios Xetá y Kaigang y los ocupantes caboclos de existencia en la región anterior o contemporánea a la ocupación oficial del territorio por las compañías colonizadoras del Norte de Paraná, eran los elementos que no aparecían en la historia oficial del pionero. Asimismo, en los discursos cristalizados de ciertas elites económicas y morales, éstas tienden a situarse como una continuación natural de los héroes del pasado.

También en nuestra investigación en el pueblo altovalletano de General Fernández Oro, nos encontramos con el discurso de los primeros chacareros españoles e italianos, en el que aparecía con mucha fuerza la convicción de que ellos eran los únicos hacedores/fundadores de la localidad, que la comunidad original era una gran familia y que en el pasado los conflictos sociales brillaban por su ausencia (Doeswijk, 1999).

Nos llamó la atención que a los cordilleranos neuquinos y chilenos se los hace aparecer décadas después de su llegada real. Tanto en el caso del Norte del estado de Paraná, como en el discurso altovalletano, aparecía un vacío demográfico con anterioridad a la colonización pionera o chacarera. Bien, en estos casos es de competencia del historiador intentar romper los cristales de esos discursos, repreguntando, cambiando el punto de abordaje - mostrar fotografías antiguas puede ser de gran utilidad - leyendo entre las brechas de los discursos, interpretando los silencios, emociones, omisiones y estando atentos al elemento no esperado, opaco y con significados a revelarse.

Romper el discurso cristalizado puede constituirse en una tarea para nada agradable. En lugar de asentir y consentir, el entrevistador puede verse obligado a insistir en las ausencias, en producir silencios incómodos que no deben ser llenados con una verborrea inadecuada. Aquí también aparece un elemento que debe ser repensado: frecuentemente el entrevistado supone que el entrevistador participa de la opinión pública generalizada tal como, por ejemplo, lo reflejan los noticieros de la radio y de la televisión. En este sentido creemos que resulta una buena práctica no opinar ni consentir demasiado pronto con las expresiones que reproducen el discurso dominante de la época. Al mismo tiempo les debemos dar confianza para que puedan expresar todo lo que sienten y recuerdan y no sólo lo recortado para complacer al entrevistador.

Una variante de cristalización del discurso es la transformación de recuerdos fundados en experiencias en mitemas. Sandro Portelli nos relata que tanto la memoria sobre la muerte de Luigi Trastulli como las masacres de las Fosas Ardeatrinas y de Civitella Val di Chiana, fueron mitificados. Vale la pena citar algunos trechos en que este brillante autor italiano intenta develar la función del mito:

Como en todas las imágenes míticas, ésta no tiene un significado único: un mito no es una narrativa unívoca, sino una matriz de significados, una trama de oposiciones. Depende, en última instancia, de la posibilidad de percibir, o no, lo individual como representativo de todo, o como una alternativa para la totalidad.(...) El punto central del mito, en todos los casos, consiste en que, cuando la violencia colectiva genera víctimas inocentes (Cristo, Ardeatina, Trastulli, Civitella), siempre existe entre los asesinos algo que resiste. Tal vez sea verdad, o tal vez tengamos necesidad de creer en eso (Portelli, 1998:123).

Cronistas e historiadores solemos caer de lleno en las distintas TRAMPAS DE LA MEMORIA. Todo historiador que pretende iniciarse en la práctica histórica con fuentes orales, tiene que tener la noción de que lo que se dice no es sólo una selección, lo que se puede decir o lo que las personas creen que puede decirse, sino que nunca se refiere solamente al pasado. Los que se movilizaron a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, no sólo rememorarán las experiencias de esa jornada, sino que presentarán numerosos elementos que se fueron imbricando posteriormente a esos recuerdos y, finalmente, nos contarán tanto sobre el presente como sobre el pasado.

Por lo demás, las propias trampas aportan elementos muy valiosos para la reconstrucción de la memoria colectiva. De hecho la historia subjetiva, característica de la memoria verbalizada, no puede ser reificada de una forma positivista en "verdadero/falso". Así como los olvidos son significantes, también lo son las deformaciones. Según Joutard:

Si no están convencidos de que la memoria está antes que el olvido; que primero está la deformación y después los hechos verdaderos pero, además, que este olvido y estas deformaciones poseen un significado, entonces yo creo que no están hechos para hacer historia oral (Joutard, 1999:7).

No existe, estrictamente hablando, lo errado o irrelevante en lo recordado. Lo que va goteando del embudo de la memoria, suele tener significados sociales que sobrepasan la mera re-presentación de algo que ya no está presente. Si en los recuerdos aparece un acontecimiento ficcional, habría que preguntarse sobre la razón de su aparición. Asimismo los recuerdos de la infancia, a pesar de su apariencia, nunca son irrelevantes ya que, si después de más de 50 años determinadas situaciones son recordadas, es porque eran, realmente, importantes.

Fundamentada en Henry Bergson y Ecléa Bosi, la profesora Elizabet J. Machado Leal escribe que,

Recordar implica una reconstrucción del pasado, usando para eso imágenes e ideas de hoy, puesto que resulta imposible revivir el pasado tal cual. El tiempo transcurrido marca, de alguna forma, lo recordado a la vez que el pasado no sobrevive guardado en algún lugar "tal y cual", mas es objeto de un trabajo de reconstrucción (Machado Leal, 1993:82).

Nunca está demás insistir en el hecho de que la propia producción de la memoria resulta de un proceso individual o colectivo intrínsecamente humano y que envuelve profundamente a la estructura de sentimientos. Como tal, el historiador oral se encuentra en la obligación de respetar los silencios, las lágrimas, los titubeos, los gestos... Las fuentes son seres humanos y no papeles viejos y en casos extremos se deberá renunciar a la recolección de información si en ese proceso los entrevistados pasan a sufrir demasiado.

Otro lugar común expresado por los especialistas, es la noción de que la "oralitura" produce la CONSTRUCCIÓN DE LAS FUENTES a la par que su utilización interpretativa y expositiva. Es decir, las palabras grabadas en una cinta magnetofónica no re-presentan al pasado sino fragmentos del pasado pasan a formar parte de una (re)construcción, obra de los entrevistados, entrevistadores y de un personaje virtual, confluencia de los dos anteriores. A esto podría objetarse que toda historia es un constructo y que, después del Siglo XIX, nadie continúa creyendo en la posibilidad de representar los eventos del pasado tales como realmente acontecieron. Esto quedó bien esclarecido por la epistemología del Siglo XX. Ahora bien, debemos tener en cuenta también que se trata de construcciones diferenciadas. En cuanto los historiadores documentales utilizan como materia prima las fuentes escritas de la época, los historiadores orales construyen no sólo sus historias sino también sus fuentes con elementos de la memoria que pretenden hoy referirse a acontecimientos de las décadas del 30, 40, 50 del siglo pasado. Vale entonces extremar la vigilancia epistemológica para limitar, dentro de lo posible, la influencia, siempre existente, de los entrevistadores y decantar los numerosos elementos agregados en el decurso del tiempo. Por supuesto que el principal resultado de todo esto no es algo que podemos denominar verdad, sino aproximaciones diferenciadas a vivencias subjetivas que muestran un calidoscopio del pasado. No se trata de (re)construir la “voz de la verdad”, sino una polifonía de interpretaciones posibles, procedentes de los más variados grupos, estamentos y clases de sociedades históricas.

Finalmente, la principal característica del memorialismo suele ser el BAJO TENOR TEÓRICO o -en su extremo- la RECUSA DE LA INTERPRETACIÓN. Los ejemplos saltan a la vista. Los relatos por lo general no son auto-explicantes. No alcanza el método es decir, no alcanza una adecuada aproximación a la persona entrevistada, las preguntas correctamente formuladas o la pericia en el manejo del grabador. Es necesario algo más y ese algo más lo constituye la teoría, la interpretación, la confrontación con otros testimonios, todos ellos elementos exteriores al relato y con los cuales éste debe mestizarse para enriquecer el pasado y el presente. Estamos enfatizando aquí que la historia oral no puede desentenderse de la función interpretativa fundamentada en un andamio teórico sólido. Consideramos que en este momento nos hallamos en una encrucijada: los historiadores que trabajamos con fuentes orales - al menos de las instituciones especializadas - no podemos seguir recusando el trabajo de interpretación teórica, contrastando los relatos particulares contra un paño de fondo mayor y generalizador. Si la agronomía tropical, continúa siendo agronomía en primera instancia, también la historia oral está sujeta a todos los avatares de la disciplina en general, a menos que se comience a admitir que se trata de una disciplina menor o de un subgénero instalado en un nivel inferior con respecto a la historia documental. Aquí se podría remarcar que esas exigencias teóricas a que deben abocarse los historiadores orales, resultan más arduas que las que se plantean para la historia documental ya que en ese caso existe una tradición secular de tratamiento de fuentes y utilización de teorías de diferentes alcances. Sin embargo, las perspectivas para la historia oral pueden iluminarse ya que casi todas las ingentes conquistas operadas en el Siglo XX - y muy en especial desde la década del 60 - por la historiografía en general pueden ser utilizadas, recicladas o resignificadas por la historia oral.

De manera tentativa, podríamos resaltar que la historia oral tiende a situarse entre las corrientes teóricas subjetivistas y objetivistas. La primera - según el epistemólogo portugués Boaventura de Souza Santos - tiende a, reducir el conocimiento a la acción del sujeto: no existe realidad fuera o más allá de los conceptos en que postulamos su existencia; la observación es la teoría en acción, el conocimiento es una invención (Sousa Santos, 1989:71). En cambio, los aspectos teóricos introducidos por la interpretación de los testimonios orales - es decir, no por los testimonios mismos - tenderían a privilegiar la 'acción' del sujeto del objeto: los objetos están preconstituidos, la observación es neutra, el conocimiento corresponde a la realidad y la copia (Ibidem). Concordamos con el autor que la historia en general, y la historia oral en particular, debe construir su difícil camino entre el objetivismo y el subjetivismo.

O UN JARDÍN FLORIDO?

A pesar de los obstáculos reales que se presentan en el camino de los que empiezan a ejercitarse en el trabajo con fuentes orales, este género presenta una gama tan rica de posibilidades que ya no se puede imaginar la práctica del oficio de historiador sin ella.

Su mayor riqueza nos parece que estriba en lo que hemos señalado más arriba como uno de sus peligros: las posibilidades que presentan sus fuentes auto-construidas. Si bien los documentos escritos e iconográficos pueden ir variando sus respuestas de acuerdo a nuevos abordajes, intereses y preguntas, el documento vivo, cual es la memoria de diferentes clases de personas de clases diferentes, presenta todavía más potencialidades, sobretodo en cuanto a los tópicos tradicionalmente relegados por la historiografía documental. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a la historia de género, a las minorías sin voz y sin pluma y a la memoria social de las épocas de la represión política y social.

Ya señalamos que la historia oral resulta especialmente adecuada para RESCATAR EL MUNDO DE LAS VIVENCIAS, DE LOS SENTIMIENTOS Y DE LA COTIDIANEIDAD de todos los sectores sociales de una comunidad. Paul Thompson, por ejemplo, nos señala que si queremos saber los datos "objetivos" del bombardeo alemán de Londres en Septiembre de 1940, tenemos documentos de la época que nos describirán el número diario de los vuelos de los cazas alemanes, las bajas humanas y los impactos materiales o la eficacia de la defensa antiaérea (Thompson, 1998). Sin embargo, los documentos escritos no nos dirán mucho sobre cómo los londinenses vivenciaron esas experiencias bélicas. Asimismo, los censos poblacionales de la región del Alto Valle nos podrán dar los números de chacareros, comerciantes y jornaleros de una localidad; otros documentos relatarán la creación de estaciones de ferrocarril, comisiones de fomento, escuelas, iglesias u hospitales; pero poco o nada nos dirán sobre la jornada de trabajo de chacareros y chacareras, de la pluriactividad de la familia jornalera o de las relaciones sociales y culturales de familias de italianos, chilenos, etc. en décadas pasadas.

El rescate del mundo de experiencias de lo cotidiano y de la estructura de sentimientos de mujeres, hombres, niños, ancianos, trabajadores, minorías, etc, resulta una tarea que encuentra una buena recepción en la historia oral. Son esos mundos que suelen no tener una gran presencia en los documentos escritos - objetivizados, racionalizados y masculinos - del pasado. Como la historia oral es la única que forja su documento, puede recuperar esos niveles relegados. Por cierto que también una ínfima parte de la historiografía se ha abocado a esta tarea -nos estamos refiriendo sobretodo a la historia de las mentalidades desde 1926 y a la historia de la experiencia de los trabajadores, desde 1963. En 1978, el libelo anti-althusseriano de Edward P. Thompson - nos referimos a Miseria de la Teoría - señaló que la gran olvidada por el marxismo filosófico y economicista era justamente la experiencia (Thompson, 1981:180-201). Ahora bien, la historia documental puede remediar esas ausencias reforzando su búsqueda de señales que levanten algo el velo del universo de experiencias del pasado, leer entre las brechas de los discursos e interpretar los silencios. Sin embargo, constituye un privilegio de la historia oral el hecho de poder forjar nuevos documentos sobre el pasado, recurriendo a la memoria de trabajadores y burgueses, mujeres y hombres, indígenas, criollos y extranjeros.

También la lectura de Raymond Williams nos puede ser de utilidad en cuanto a la aplicación de la oralitura a los aspectos no racionales del pasado. Para él, una de las potencialidades de la historia oral la constituye su relación y adecuación con lo que denomina estructuras del sentir, más conocido en la doxa académica como estructuras del sentimiento (Williams, 1980). A través de la misma es posible vincular la experiencia del presente con la del pasado; el sentimiento con el pensamiento; lo socialmente construido con lo personalmente vivido. Esta interacción, y la conciencia generada de ella, es dinámica y permanente, constructiva y desconstructiva por lo que se habla de experiencias sociales en solución, donde diversos grupos e individuos resignifican lo vivido. Por lo general, las mutaciones y tensiones en las estructuras de sentimientos anticipan los cambios sociales que luego se consolidarán tanto en las instituciones como en las conductas individuales. El ejemplo que nos da Raymond Williams es que en la Inglaterra de la segunda mitad del Siglo XVII, coexistían dos estructuras del sentir, las de los puritanos derrotados y las de la Restauración Monárquica. Un ejemplo más cercano a nuestra realidad podría ser la Argentina entre 1943 y 1955. Se podría señalar allí la existencia de dos estructuras del sentimiento diferenciadas, las cuales se polarizaban en el peronismo y el anti-peronismo.

Uno de los valores de la oralidad se encuentra en su FUNCIÓN DEMOCRATIZADORA de la disciplina histórica y en las POSIBILIDADES SOCIALIZADORAS de su práctica. Si bien consideramos que todos los historiadores que trabajan con fuentes orales deben prepararse bien para su ejercicio, no hace falta tener un título de profesor en historia expedido por alguna Universidad. Las personas memoriosas generalmente son de más fácil acceso que los documentos de archivos que a veces se encuentran en las capitales provinciales o nacionales. Además - como lo señaló recientemente Dora Schwarzstein - cierta documentación historiográfica se encuentra en manos de las elites latinoamericanas y aún las instituciones públicas de enseñanza superior no suelen siempre democratizar el acceso a sus acervos de fuentes primarias.

Si el carácter democrático de la disciplina tiende a ampliar la base humana de los historiadores, el carácter socializador - o socialista, si se prefiere - apunta a otro nivel. Antes de 1945, la historia social - sindical o del movimiento obrero - no encontraba espacios en el mundo académico y se refugiaba en las organizaciones obreras y se expresaba en las múltiples ediciones de los socialistas, anarquistas o sindicalistas. Después de la II Guerra Mundial, este género encontró una amplia expresión en el ambiente universitario, pero comenzó a estancarse - tanto en lo que se refiere a su continuidad como a su innovación - a partir de los comienzos de los años 80. De esta forma, la generalización del uso de fuentes orales en historia, pasó a coincidir con el abandono paulatino del estudio de la historia de la clase trabajadora. Esto posee connotaciones específicas. Por ejemplo, hace diez años existían todavía profesores universitarios que se lamentaban de que no se hubiera conseguido crear archivos significativos que rescatasen la memoria de los trabajadores de la década del 20, del 30 o del 40. Como la única invariable en la vida es la muerte, se fueron perdiendo, sucesivamente, para la posteridad los recuerdos de estos militantes. Ya en la actualidad son muy escasas las voces que se levantan para rescatar la experiencia de la clase obrera, ya sea porque ésta parece haber perdido su misión histórica de salvar la humanidad, ya sea por la caída del muro del Berlín o por el hiato producido en la historia social por las diferentes dictaduras. Ni en Brasil ni en Argentina la historia oral - salvo muy honrosas excepciones, como el ya longevo proyecto de entrevistas a militantes obreros de la UBA (Pozzi, 1988 y Pozzi y Scheiner, 1994) – se dedica en la actualidad a una recopilación sistemática de la memoria del trabajo, sea de hombres o mujeres, del campo o de la ciudad, del lugar de producción, de la política o del espacio de reproducción de la vida social. Generalmente, las fuentes orales se preocupan más por relevar las experiencias culturales de los individuos, que por (re)construir una historia auténticamente social.

La función militante de esta manera de hacer historia no sólo encuentra un vasto campo en el rescate de la memoria de los que lucharon por los derechos de la mujer, del obrero, de las minorías discriminadas o de las víctimas de la represión de los genocidios dirigidos por Hitler, Stalin, Mussolini, Videla o Pinochet, sino que también tiene una función activa en la contestación del modelo neoliberal y antihumano del presente. Por suerte que existen algunos historiadores en Brasil, Argentina, México y otros países de Nuestra América que intentan contestar – como lo hace Sandro Portelli - al presente con relatos del pasado o postulando que la Historia Oral del nuevo milenio se encuentra frente al desafío de ser al mismo tiempo militante y académica, es decir, comprometida y de excelencia, dos términos que no siempre se llevan bien. (Portelli, 1998:6)

Entre los elementos relevantes evocados por Portelli como propios de una historia oral comprometida, sobresale su agenda de escribir el libro negro del liberalismo y la advertencia de no olvidarnos de que el Siglo XX no sólo fue el de las atrocidades de las guerras y otros genocidios, sino también el de los derechos civiles, de las revoluciones y del Che. Para el socialista italiano el historiador oral debe ocuparse de no olvidar, ni lo malo ni lo bueno del pasado, es decir, no olvidar. En el mundo de la banalización de la información y de los paparazzi agresivos, los historiadores orales deben acatar la libertad de no querer contar, debido al gran respeto que han desarrollado por los silencios. (López, 1998:14)

Evidentemente que la historia social - y defendemos aquí la premisa que toda historia, oral o documental, tiene que ser social - no se restringe a los trabajadores, pobres, desempleados, etc, sino que es legítimo y necesario estudiar a todos los segmentos de la sociedad. Ahora bien, la burguesía, los comerciantes o la clase política, dejaron numerosos documentos escritos y, en cambio, los sectores relegados no o, en todo caso, en una cantidad bien menor. A veces, la historia oral es el único medio de recuperar sus tradiciones y la tan citada obra Memorias de un Cimarrón, basada en la oralidad y donde Miguel Barnet escribe lo relatado por Esteban Montejo, de 104 años, resulta una buena ilustración de cómo recuperar las vivencias de un esclavo, cimarrón y guerrillero de finales del Siglo XIX. (Barnet, 1986).

Diferentes autores han utilizado un concepto clave para la historia oral, el de pretender crear una POLIFONÍA. Si los discursos cristalizados, según el decir de Rollo Gonçalves, representan vías de mano única, también lo son frecuentemente los documentos escritos por los hombres letrados de la burguesía. La historia oral le puede dar letra a las voces no escuchadas y desconstruir los andamios masculinos de los afortunados dándole texto a los ágrafos. Los famosos casos del indio Jerónimo, Esteban Montejo o Américo Ghezzi, son ejemplos de cómo la oralidad pudo iluminar la historia del indio, del esclavo o del linyera. Por su parte, la militancia obrera tuvo una gama muy variada de publicaciones. Sin embargo, también allí - como ya lo afirmamos - existen grandes lagunas: generalmente no aparece nítidamente la figura de la mujer, ni la cultura obrera fuera del muro de la fábrica y también la militancia de izquierda se ha especializado en acallar las voces heterodoxas que se levantaron, y se levantan, en su propio seno.

Con respecto a esta idea de una polifonía, queríamos traer a colación unos comentarios de Eric Hobsbawm sobre Alabi's World de Richard Price. Esta obra trata sobre la vida de un jefe saramacca del Suriname y el ilustre historiador inglés emite juicios bastante tajantes sobre el trabajo del antropólogo Price: Al parecer considera que dos principios para organizar el material son seguros: la narración cronológica, especialmente en forma lineal de la biografía y una especie de polifonía en la cual diversas voces de las fuentes hablan al lado de las otras con el autor, cada una de ellas distinguida, en este caso, por un tipo de letra diferente. Después de esta descripción, Hobsbawm comienza a reflexionar con fina ironía: "¿Podría ir más lejos el relativismo o la abdicación de la autoridad del autor (occidental, imperialista, masculino, capitalista o lo que sea)?. Pero, a pesar de su pregunta retórica, el inglés enfatiza que, en el caso de Price, la intención de crear una polifonía no garantizó su realización efectiva: El resultado es sin duda un esfuerzo espléndido por recuperar el pasado del tipo de personas que generalmente son irrecuperables, personas con dificultades para expresarse y generalmente no documentadas como individuos. (Hobsbawm, 1998:211) Pero acaba concluyendo que la polifonía planeada se convirtió en un aria con acompañamiento donde la única voz que finalmente se escucha nítidamente es la del propio Price. Los testimonios de los funcionarios holandeses y de los hermanos moravianos e, inclusive, de los mismos saramaccas, quedan opacados por el marco explicativo que la voz de Richard Price se ve obligado a dar porque, en caso contrario, nadie entendería nada de esa historia. (Ibidem)

Independientemente de la cuestión de que si Hobsbawm en "Posmodernismo en la Selva" se haya excedido o no en sus críticas a Richard Price (tendemos a suponer que efectivamente se excedió) se marca aquí una cuestión trascendental: frecuentemente los historiadores orales tienen esa intención de darle voz al que no la tiene o nunca la tuvo, a producir una polifonía para captar los matices multicoloridos del pasado. Sin embargo, esas voces - por separado o en su conjunto - no siempre resultan directamente inteligibles de manera que el director de coro, al "dirigir" a los coreutas, impone su propia concepción de la partitura. Así y todo, debemos continuar con nuestras tentativas de hacer escuchar las voces de los sumergidos, heréticos y desentonados.

A fin de superar la práctica del memorialismo - tanto dentro como fuera del mundo académico - proponemos, a los que se inician en el trabajo con fuentes orales, una serie de LECTURAS TEÓRICAS de las obras ya clásicas de Paul Thompson, Franco Ferrarotti, Philippe Joutard o Alessandro Portelli. Ahora bien, las valiosas indicaciones de estos autores, así como los elementos de los paradigmas de la historia social, de la antropología o de la sociología, deben ser integrados en un modelo teórico adecuado y adaptado a nuestra investigación específica. Pensamos que no siempre las llaves teóricas se encuentran fuera del campo histórico y con frecuencia podemos encontrar los conceptos que amalgaman nuestros relatos como inscritos en los mismos relatos. Así nos aconteció con una pequeña investigación sobre trabajo y género en una localidad altovalletana. Finalmente, la idea que estructuró nuestro trabajo fue la de pluriactividad familiar, concepto que estaba presente, en forma pragmática, en todas las historias contadas por las mujeres chacareras y jornaleras.

Hemos postulado que en la historia oral no se puede abdicar de la interpretación o del mestizaje con la teoría con el mismo nivel de exigencias que la que se pretende para la historia fundamentada en documentos escritos. Ahora bien, como esa presencia teórica está poco consolidada en el género nos resultó de mucho provecho utilizar, sistemáticamente, el camino de doble mano entre la teoría y la práctica. En el transcurso de una investigación no se parte de una teoría para terminar en una práctica de recolección de relatos y su posterior exposición en un discurso escrito. El camino entre la teoría y la práctica debe ser recorrido una y otra vez en aras de obtener un resultado donde la presencia de lo factual y de lo interpretado se halla presente en forma equilibrada. Nos explicitamos. En nuestro ya citado trabajo sobre la historia local de Fernández Oro, el equipo había realizado, con anterioridad a la investigación, una serie de lecturas teóricas de los citados clásicos. A pesar de ello, una vez comenzadas las entrevistas a los "portavoces de la comunidad", nos fuimos olvidando de los lineamientos históricos sugeridos por los autores, enveredándonos cada vez más hacia el pragmatismo y la aleatoriedad. Por ejemplo, entrevistábamos a los chacareros descendientes de italianos y españoles, pero no a sus mujeres ni a los jornaleros y jornaleras de las chacras o de las empacadoras. También habíamos descuidado la búsqueda de elementos significativos en los relatos, elementos capaces de elevar esos relatos a un plano de generalidades mayor que iluminase esa historia local. De esta forma, fue sólo después de hacer un alto en la huella evaluando nuestros resultados parciales y repensando nuestros objetivos, que pudimos continuar con una historia de mayor densidad. Replanteando nuestro trabajo, intentamos reproducir, de alguna forma, esa polifonía de que hablamos, donde no sólo se podía escuchar la voz de la elite económica y moral de la localidad sino también la de las mujeres y de las familias de jornaleros, provenientes de la región cordillerana de ambas partes de la frontera.

Nos podemos preguntar ahora: ¿Cuál sería, exactamente, la función específica del mestizaje de los relatos orales con los elementos provenientes del paradigma teórico?. ¿Será que los relatos no se bastan a si mismos y que la interpretación tiende a asfixiarlos? En este campo todo es posible pero no todo tiene el mismo significado. Aún en el caso de que se publicara tal cual el relato oral, la tarea interpretativa correría por parte del lector. Aquí no nos oponemos al trabajo del archivista que recopila las historias respetando en todo sentido la palabra del narrador, sino al del memorialista que banaliza el relato, lo pasa por la aplanadora del sentido común, lo anecdotiza o lo induce hacia los caminos trillados del conservadurismo y la concordancia con la opinión pública generalizada. El trabajo específico del historiador parecería recorrer el camino opuesto al descrito: no interfiere en el relato del entrevistado (en los límites de que eso sea posible) y lo respeta al máximo en cuanto a su utilización posterior (como se trata de documentos forjados, la tentación de adaptarlos a nuestras premisas o resultados siempre se halla presente). Por otra parte, se debe procurar en todo momento, ELEVAR A LAS FUENTES ORALES A UN NIVEL SUPERIOR DE GENERALIDAD, confrontándolas con otros relatos y ligándolas a problemáticas más amplias. De alguna manera hay que trascender el relato haciéndolo jugar en dos niveles a la vez: en el propio en que se produjo o construyó y en una más general, otorgador de nuevos significados.

En este sentido nos parece que la investigación de más de 20 años de Richard Price sobre los saramaccas fue exitosa, a pesar de las ironías del gran Hobsbawm. Indagando sobre las tradiciones seculares de los cimarrones de Suriname, aportó muchísimos elementos al estudio de la conservación y trasmisión de la memoria colectiva, contribuyendo con su investigación al estudio de la conservación de la memoria en general, aplicable al estudio de otras sociedades similares. También la obra reciente de Horacio Tarcus sobre Milcíades Peña y Silvio Frondizi - aunque no utiliza el método de la historia oral - nos da señales fuertes sobre lo que pretendemos afirmar aquí. (Tarkus, 1998) A la pregunta al autor si había elegido su objeto con la intencionalidad de rescatar la memoria de estos dos autores socialistas, respondió que, efectivamente, se trataba de eso. Sin embargó, acotó, que existía una segunda intencionalidad: intentar esclarecer con estos estudios biográficos la compleja relación existente entre los intelectuales de izquierda con sectores de la clase trabajadora. Es decir, Tarcus no se quedó en el plano de la descripción de las biografías y obras de dos figuras históricas de los años 60 y 70, sino que elevó su obra a un plano mayor de generalidades, a la que se podría agregar investigaciones posteriores de otros intelectuales de izquierda.

NI CAMPO MINADO, NI JARDÍN: TAL VEZ UN OBRADOR.

Cuando se comenzó a construir el segundo puente sobre el río Neuquén, para ir de Cipolletti a la ciudad de Neuquén - quedando el viejo puente de 1937 para la dirección inversa, con la novedad del pago de peaje - nos llamaron la atención las actividades múltiples que se realizaban en el obrador. Había allí ingenieros planificando los fundamentos y las superestructuras; carpinteros metálicos y peones construyendo las diferentes piezas de la armazón general; supervisores controlando la calidad y así en adelante. La finalidad de toda esa actividad febril era unir dos territorios separados.

Si el término campo minado nos pareció algo tremendista para describir el territorio de la historia oral, tampoco éste sería exactamente un jardín florido si tomamos en cuenta las exigencias nada fáciles que se nos plantean. El término "obrador" tal vez pueda llegar a constituir una metáfora más adecuada para lo que intentamos expresar. Daría la idea de un “laboratorio”, de un diseño previo, del conocimiento teórico de la ejecución práctica y de la finalidad de la obra. Pasando de la metáfora del obrador a la del puente, el proceso de producción de la oralitura se asemejaría, en primer lugar, a tender un puente entre la memoria de los individuos al conocimiento de un público ampliado y, en segundo lugar, a (re)criar un vínculo entre generaciones. Ahora bien, trátese de un proceso interactivo de un puente en dos direcciones: la activación de los recuerdos de los memoriosos va construyendo un pasaje del pasado para el presente, pero la lectura de los relatos producidos por esos recuerdos van llevando a los lectores del presente al pasado. Si el puente resulta sólido, pasado y presente se van iluminando mutuamente.

REFERENCIAS

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* Profesor de história da Universidad Nacional del COMAHUE, Neuquén, Argentina; profesor visitante no Departamento de História na Universidade Estadual de Maringá.

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