domingo, 11 de septiembre de 2011

Paramédico dominicana cuenta experienci​as 9-11


POR JC. MALONE
Juana Lomisalió de Restauración, Dajabón, a los ocho años
Juana Lomi, nativa de Restauración, República Dominicana, fue la primera socorrista en las torres gemelas, la que más vidas salvo.

NUEVA YORK.- Todos sabemos que el día más claro llueve, pero Juana Lomi lo confirmó aquella mañana soleada, transparente y fresca, desayunando trocitos de piña, conversando con un policía. La paramédico dominicana narró lo que aún sigue vivo en su memoria. “Un silbido agudo y penetrante nos dejó sordos, sentimos un gran estruendo, como que se estremeció todo, luego el estallido”. Corrieron dos cuadras y vieron una de las torres gemelas en llamas; el primer avión la había impactado. 

Juana salió de Restauración, Dajabón, a los ocho años, y fue la primera socorrista en las torres gemelas, la que más vidas salvo. “Me tomó menos de un minuto llegar”. A las 8:47 de la mañana, martes 11 de septiembre del 2001, ella estaba en el centro de la Zona Cero.

“Estoy pensando en la logística de bajar 400 cadáveres del avión que se estrelló allá arriba”, recuerda Juana en entrevista exclusiva con el Listin Diario. Y sus pensamientos fueron interrumpidos por una multitud que salía despavorita del edificio, con rasguños y algunas quemaduras ligeras.  “A esos los mandé a que caminaran al hospital”, el New York Downtown Hospital, donde ella trabaja, a pocas cuadras del lugar.

“Manejando esa situación escuché el mismo silbido-zumbido ensordecedor de las turbinas, y la inmensa sombra del otro avión me pasó por encima, me tire al piso cubriéndome la cabeza.  De nuevo el estruendo, todo se estremeció otra vez, y el estallido. Comenzaron a llover escombros pequeñísimos, pero cuando impactaban mi casco protector sonaban como  martillazos, se sentían como balazos por la velocidad con la que caían”.

Se levantó indicándole a la gente rutas de salida,, pensando en el problema de bajar 800 cadáveres de los pasajeros de ambos aviones. “Nunca se me ocurrió que el edificio se caería”.

La única mujer
Siguiendo el “haz bien y no mires a quién”, Juana no siempre se fijaba en la cara de sus rescatados, aunque ellos ven claramente quien los rescata.  Ella recuerda más ciertos aspectos del rescate y la condición del rescatado.

“Un señor que salió agarrándose el pecho con el dolor reflejado en los ojos. Colapsó frente a mi y cuando le busqué el pulso no lo encontré. Murió y ahí lo dejé. Venía otro caminando lentamente, cuando lo fui a ayudar, cuando lo empujé para subirlo en la ambulancia, me quedé con toda la piel de su espalda untada en las manos; estaba muy quemado”.

“Cuando mire arriba, era una verdadera lluvia, llovía gente del cielo, saltaban de las torres, caían a mi lado con ese golpe sordo, seco, caían por todos lados. Vi unos saltar envueltos en llamas, otros como rezando, y vi a una pareja saltar y reventar contra el piso agarrados de la mano”.

Escogieron saltar a la muerte antes que morir quemados. Escuchó estruendos y estallidos, miró arriba, la torre comenzaba a derrumbarse.  Todos vimos la escena de los bomberos y socorristas huyendo hacia un edificio envuelto en llamas y una nube de humo negro.  En ese grupo, Juana era la única mujer.

“Corrí hacia el edificio a sacar gente, con todo esto oscuro, cubierto por un humo denso y negro.  Saqué tanta gente, que metía entre 10 y 12  personas en una ambulancia, cuando lo normal es que nunca pasen de dos. Ahí respire mucha fibra de vidrio”, recuerda.

“El edificio comenzó a explotar desde arriba, huí de manera instintiva  a la estación del tren, una multitud huyó detrás de mi y me cayó encima muchísima gente, cuando escuché un sonido estruendoso y todo se puso oscuro”.  Una plancha de acero cayó de la torre, sellando la entrada de la estación”.

Tenían una sola salida, los túneles soterrados del tren.

Como era la única persona con uniforme que inspiraba respeto y autoridad, Juana se levantó como pudo, adolorida por toda la gente que tenía encima. Ordenó que bajaran del andén a los rieles del tren, formando una cadena, tomados de las manos, pegando las espaldas a la pared. Así avanzaron; ella los dirigió hacia una salida varias cuadras al norte.

Avanzaban despacio, a tientas, por túneles oscuros, llenos de aguas pestilentes, cables de todo tipo, ratas y todas las alimañas del mundo, Se sintió como una eternidad.  “No me salio ni media lágrima, tenía el pecho congelado con un nudo en la garganta y el estómago,  no era yo misma, me empujaba el instinto de la sobrevivencia”. 

Esto no es verdad
En la estación de Church & Chambers Street, emergieron de los túneles, subieron a la calle, pero Juana perdió el balance, y cayó en un estado delirante.

“Todo estaba oscuro, bien oscuro, no se veía nada.  Decidí que nada de esto era verdad, no podia recordar que ocurrió o cómo ocurrió, pero sabía que no podia ser la noche”.

“Nadie lloró ni habló. Todos seguíamos agarrados de las manos que nos agarraron en los túneles del tren, mirándonos el rostro por primera vez y en silencio por unos instantes”. Y vivieron un momento mágico de comunión, solidaridad y esperanza humana.

“Cuando la persona, cuando el ser humano está en dificultad o peligro, se olvidan las razas, colores, origenes, rangos y todo lo demás, ahí  todos somos iguales. Estábamos agarrados blancos, morenos, todos. No había negros ni blancos, ni latinos, ni hombres ni mujeres, ni ricos ni pobres, ni jefes ni subalternos, todos éramos iguales, compartíamos el dolor, la tragedia, la esperanza, todos éramos uno”.

Luego, Juana deambuló durante horas.

Llevaba todo el cuerpo lleno del cemento del derrumbe.  “Las bases de mis botas militares se quedaron pegadas al piso. No sabía si era noche, día, o adonde iba.
 “Creí que tiraron la bomba atómica y nosotros somos los sobrevivientes.  Se acabó el mundo, ¿para dónde va esta gente, para dónde vamos todos?; nadie tiene a dónde ir. Se acabó el mundo”. 

“Caminando con la ceniza hasta las rodillas, sin saber donde  ponía los pies descalzos, caminando entre cadáveres desmembrados, brazos, piernas, despojos humanos y escombros. Estaba horrorizada, quise corer, pero no pude, no estoy programada para correr, siempre debo responder”.

El miedo la acorraló, se le cayeron las lágrimas.  Llorando, orando y deambulando Juana estaba perdida cuando sus compañeros de trabajo del New York Downtown Hospital la rescataron de una esquina cerca de las siete de la noche. 

Esto no acaba
Caía la tarde, “cuando el viento disipó el humo, aquello parecía un campo devastado por la guerra, sin agua, luz, teléfono ni nada”.  El Ejército, la Fuerza Aérea, el FBI, la CIA, todos los organismos de seguridad e inteligencia instalaron su estado mayor en la zona, desde ahí controlaban toda la ciudad.

A Juana se le armó un terrible conflicto interno. Tenía sed, mucha sed, pero creía que la sedarían con el agua y no bebió nada.

“Todos me decían que el mundo seguía, que no hubo bomba atómica, que todo estaría bien, pero yo no lo creía, en el hospital querían sedarme para que me tranquilizara, pero no podía”. En la madrugada decidieron sacarla del hospital, mandándola a llevar un paciente a un centro especializado de Cornell University en New Jersey.

Subió a buscar el paciente y cuando el sujeto la vió, estalló en sollozos, alabanzas y gracias a Dios.  “Usted no me vio la cara, estaba muy ocupada rescatándome, pero yo vi el rostro de la persona que Dios mandó a rescatarme. Fue mi espalda quemada la que se le pegó en las manos cuando me ayudaba a subir a la ambulancia. usted me salvo la vida”.

Cientos de personas vieron en Juana el rostro de la salvación.

Y así fue que ella retornó de su delirio.  “Oh Dios mío, todo esto valió la pena, entendí que el mundo seguía, y que yo debía seguir ayudando y rescatando gente. Cada año él me manda mensajes de texto”.

Tomó el paciente, lo subió a la ambulancia y salió rumbo a New Jersey.

La noticia se regó por el mundo, una paramédico, hija de dominicanos, murió en las torres gemelas rescatando heridos. Ella bajó de Yonkers a llevar un paciente al bajo Manhattan, y le ordenaron seguir a la zona de desastre y murió en el derrumbe de las torres.

Fue Yamel Meriño, una hija de dominicanos nacida en Nueva York, de 26 años y madre soltera de un hijo, la que bajó  de su empleo en Yonkers a encontrarse con la muerte.
Juana, la única paramédico dominicana del area, aún no se había comunicado con sus familiares hasta la tarde del día siguiente. Muchos creyeron que fue ella quien murió, hasta que hizo contacto con sus familiares y allegados. Permaneció una semana en la Zona Cero, “al humo que no acababa, se le sumó el olor de cadáveres quemados, cadáveres descompuestos, despojos humanos descompuestos estaban esparcidos por doquier, de cualquier lugar salía el olor”, recuerda.

Una década después, sigue en su trabajo, comiendo trocitos de piña por las mañanas en la misma esquina, como en aquella límpida mañana de hace 10 años.

¿Por qué sigues ahí? Puedes estar en tantos otros lugares…

“Disfrutando lo que hago soy muy feliz. La experiencia solo confirmó mis puntos de vista sobre mi empleo y la profesión médica; ésto es todo lo que yo siempre he querido hacer con mi vida.  Le he prometido a Dios que seguiré rescatando gente, porque él me rescató y me mantuvo en una actitud positiva en todo momento. Estoy extremadamente agradecida, siento que le debo todo esto a la sociedad.”

Juana, tu que has rescatado a tanta gente, que no has podido rescatar a otras tantas, sabes que un día de estos, nadie podrá rescatarte. Morirás. 

¿Cómo quieres que te recuerden?

Guardó silencio unos instantes y respondió “Quiero que me recuerden como alguien que admiró mucho a la Madre Teresa, como alguien que amaba profundamente al ser humano. Como alguien que realmente encontraba la felicidad ayudando a la gente. Como alguien que vivió para servir, y nunca aprendió a vivir sin ayudar a los demás.”

El Rostro del Rescate
Juana Lomi es una mulata dominicana con mucho orégano en su tonalidad de piel, como el buen chivo liniero. En el fondo de sus ojos, que han visto tantas cosas, convergen el amor, la solidaridad, tristeza, la compasión y la esperanza.

En el Time Warmer Building de Columbus Circle, se montó la exposición “Rostros del 9-11”. Fotografías de Juana adornaban la entrada de la muestra, conmemorando el décimo aniversario de la tragedia.  Ella fue la cara que más personas recuerdan por haberlas rescatado. Y donó  el uso de su imagen para recaudar fondos para obras de bien social.
Juana quiso ser monja, cuando niña, porque esas eran las únicas mujeres que se daban vuelta ayudando a la gente. Al crecer, encontró en la profesión de paramédico la oportunidad de ayudar a la gente, que es su verdadera pasión en la vida.

Cree que sus experiencias durante los ataques no deben ser comercializadas. Mantiene el mismo empleo que tenía y está envuelta en muchísimas labores voluntarias y de caridad.  Es intérprete médico voluntario en hospitales neoyorquinos y está envuelta en instituciones caritativas de la Iglesia Católica.

Juana es parte de la Reserva Médica para el Departamento de Salud Pública y Salud Mental y  es la co-fundadora  y Directora Ejecutiva de  Vision Internacional For The Blind; una Fundación dedicada  a ayudar a los ciegos dominicanos, buscando contribuir al mejoramiento de su calidad de vida; proveyéndoles bastones; herramientas para la educacion, medicinas y ropa; con oficinas  trabajando desde New York para brindarle mejoría a los no- videntes en la República Dominicana.

Ha sido objeto de innumerables homenajes y reconocimientos por el Gobierno e instituciones sin fines de lucro de Estados Unidos y la República Dominicana

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Voltaire

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