Por HAMLET HERMANN*
...los cubanos buscan en la historia universal aquellos eventos que nunca mueren
El 19 de noviembre de 2011, estuvimos reunidos en la Plaza de Armas, la más antigua de La Habana. Cuatro miraguanas, cuatro palmeras reales y cuatro fuentes rodean la estatua del patriota Carlos Manuel de Céspedes, donde estuvo el corazón de la capital cubana cuatro siglos atrás. Los bancos de mármol completan el bello escenario, uno de los más agradables de La Habana Vieja.
Allí nos reunimos ciudadanos de diversas nacionalidades para el tradicional Sábado del Libro. Se presentó “La Esperanza Desgarrada”, obra de Piero Gleijeses sobre la crisis dominicana de 1965. Nacido en Italia, Piero es profesor de política exterior estadounidense en la Escuela de Altos Estudios Internacionales de la Universidad Johns Hopkins, en Washington.
Advirtió que esta no es la misma obra que presentó para obtener su doctorado y publicara en 1978. Es algo muy diferente. Entonces dice: “Lo que ofrezco aquí no es un viejo edificio con una nueva mano de pintura, sino un edificio nuevo, una edición profundamente revisada”.
Se decidió a estudiar este episodio histórico dominicano en 1968 y durante tres años profundizó el tema. Vivió año y medio en Santo Domingo y el resto en Estados Unidos, buscando documentos y entrevistando protagonistas.
Logró entonces lo que muchos dominicanos consideramos el mejor libro que se ha escrito sobre “la guerra de abril”. Y este sábado volví a encontrarlo para sorprenderme con todo lo nuevo que aparece entre lo viejo.
Algunos extraños preguntan: ¿por qué se edita y presenta en La Habana un libro escrito por un ciudadano del mundo en el que narra un episodio de la historia de República Dominicana? La respuesta lógica es que los cubanos buscan en la historia universal aquellos eventos que nunca mueren.
El Instituto Cubano del Libro expresó el año pasado su interés en ese tema y el académico Gleijeses se dedicó entonces a revisar la avalancha de documentos relacionados con el caso y desclasificados en años recientes por el gobierno de Estados Unidos.
Dijo: “Lo que pasó hace más de medio siglo en República Dominicana, la invasión que desgarró la esperanza de un pueblo, sigue siendo parte del presente, hoy más que nunca”.
A pesar de la intensa revisión, Piero alega que sus conceptos son los mismos de la primera obra que escribió sobre ese episodio.
“Mis conclusiones no han cambiado ni una jota, aún cuando la documentación se ha enriquecido. En cambio, mis conclusiones sobre la política estadounidense se han modificado algo”, expresó. “Los documentos desclasificados en Estados Unidos arrojan una luz muy intensa sobre la política de Washington hacia República Dominicana y hacia América Latina. Esa política aparece más escuálida, etnocéntrica y, para hablar sin rodeos, cruel y más torpe de lo que había pensado”.
Lamenta el autor que episodios como el de Santo Domingo en 1965 no hayan logrado permanecer en la memoria del pueblo estadounidense.
Pocos en ese país recuerdan que 42,413 marines, paracaidistas y fuerzas de mar y aire invadieron y ocuparon un país soberano.
Dice Piero: “Para los pocos que se acuerdan, la palabra ‘invasión’ es demasiado dura y, por ende, no optan por aplicarla para describir la política de Estados Unidos. Se engañan ellos mismos al decir que la “intervención” fue una respuesta necesaria a la agresión Castro-comunista”.
“Sin embargo, lo que pasó en Santo Domingo en 1965, rebasó el marco de la guerra fría, las intenciones no fueron bue nas y los resultados tampoco. La invasión fue un eslabón más de una política que empezó con Thomas Jefferson, quien soñaba con anexar a Cuba, y ha continuado a lo largo de dos siglos, pasando por Wilson, Franklin Roosevelt, Kennedy y Barack Obama”.
“Disfrazada unas veces como intervención humanitaria, otras como protección de los pueblos contra sus propios gobiernos, o como defensa contra la amenaza extracontinental, esta política siempre tiene la misma finalidad: afianzar el control imperial de Estados Unidos sobre el hemisferio.”
Como constitucionalista leal a Caamaño, disfruté a Piero Gleijeses y su obra en la Plaza de Armas, así como compartí con todos los allí reunidos que acogieron con vivo entusiasmo la obra de este ciudadano del mundo que, paradójica y valientemente, vive en Washington y viaja sin temor a Cuba.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo.
Voltaire
No hay comentarios:
Publicar un comentario