Se le llama ciencia, pero desde siempre ha sido usada como arma de propaganda y manipulación. Los últimas tendencias, sin embargo, dejan un lugar a la esperanza.
IGNACIO MERINO tiempo@grupozeta.es
14/01/11
La Historia ha sido un arte de la memoria en todas las civilizaciones, tradición oral en boca de los ancianos, mester de juglaría, oficio de ciegos con sus pliegos de cordel. Pero algo tan caro a las élites poderosas pronto dejó de ser entretenimiento para convertirse en herramienta estratégica y ardid de propaganda. En eso hemos cambiado poco. Quedó como complicada tarea de estudio para sabios aburridos o afición de poetas con añoranzas épicas. Del Mahabharata a la Iliada, pasando por los muros caldeos o faraónicos, fue trama de un artístico tapiz al que se incorporaron los cantares de gesta medievales. El oficio, sin embargo, nació en Grecia.
La Historia podía ser canto en boca del aedo, pero Herodoto la convirtió en ciencia. Cuando llamó Estoria a su afán por dejar huella del pasado, daba al mismo tiempo la clave del método que había de tener la nueva disciplina: “investigar”, que eso significa la palabra, para elaborar un discurso sobrio acerca de los hechos, enseñar la verdad desnuda de lo que ocurrió. Así nace la Historia como contrapartida a la mitología. Tucídides, el gran heredero, logra desnudarla de adornos innecesarios o servidumbres políticas cuando consigna el tiempo inmediato y se erige en notario que pone como garantía su independencia y haber sido testigo de los hechos. Un modo de contar que se acerca a la esencia del periodismo.
Un poder no tardó en hacer suyas las prendas de la Estoria para vestir sus galas. Augusto encargó La Eneida a Virgilio para darle marchamo mitológico a la fundación de Roma. Los invasores germánicos, necesitados de construir una genealogía capaz de sustituir la grandeza de la madre Roma, comenzaron a compilar crónicas regias que luego imitaron los reinos cristianos de la baja Edad Media. En España destacó Isidoro, el hermano del obispo que recibió al rey Recaredo en el catolicismo, por consejo de su padre Leovigildo, como una operación política para unir a germánicos y latinos en la madre patria del reino visigodo hispano. Con los reinos cristianos de la Reconquista se multiplicaron los grandes cronicones, casi siempre interesados o hagiográficos. Sin embargo, no fue la Historia una materia que atrajera a los literatos posteriores. Ni los poetas del Renacimiento ni los dramaturgos del Barroco se inclinaron en tal sentido a pesar de que en sus obras cruce o se pasee con frecuencia la Historia, a veces tan deformada como en los libretos de ópera.
La Historia como dedicación de unos y afición de otros, verdadera necesidad cultural y materia de estudio en la universidad, aparece a comienzos del XIX, en plena nostalgia romántica por el pasado y teniendo mucho que explicar, tras las fascinantes metamorfosis y cambios estructurales promovidos por las revoluciones atlánticas: la británica del XVII; la independencia de Estados Unidos; la francesa, que acaba con el feudalismo; y la española liberal, que forma una nación sobre los antiguos reinos y alienta la emancipación de las repúblicas americanas.
viernes, 14 de enero de 2011
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Voltaire
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