Las de los 50, 60 y 70 fueron décadas de intensa guerra fría y represión de los movimientos populares. Fueron depuestos decenas de gobernantes cuyo único delito fue el querer seguir una línea independiente en defensa de los mejores intereses de su pueblo.
Antes de perpetrar el golpe de Estado, al presidente en cuestión se lo asesinaba en la propaganda. Matar el carácter le llaman a ese recurso. Es un método antiquísimo utilizado por Hitler para eliminar a millones de seres humanos a los que primero se los despojaba de su humanidad mediante hábiles métodos de propaganda y se los reducía a un adjetivo: judío, comunista, homosexual…
Reducidos a una palabra, a un adjetivo calificativo, ya era fácil matarlos porque, en realidad, como destaca un autor español, lo que se asesinaba no era ya un ser humano, era un adjetivo.
El método fue grandemente perfeccionado por la CIA en los años 50 y 60 y se puso en práctica desde Irán (derrocamiento de Mossadeg, en 1953), hasta América Latina (derrocamiento de Arbenz en 1954, en Guatemala), pasando por Asia y por África.
Bosch está entre los dominicanos contra quienes se ha usado el método con más ahínco. Trujillo puso toda su maquinaria de propaganda a demostrar que Bosch era de todo, de comunista a haitiano a traficante de personas. Todo aquello fue remozado una vez presidente Bosch y multiplicado cuanto más a la izquierda giraba el gran líder político.
Lo sorprendente, de todos modos, es que a casi medio siglo después de su derrocamiento, a 46 años de Abril de 1965, y a casi diez años de su muerte se persista con igual tesón en asesinar la imagen política de Bosch.
Porque es en ese proceder donde puede inscribirse el libro “Verdades ocultas del gobierno de Juan Bosch y la revolución de Abril” que acaba de publicar el señor Gómez Berges, quien, por cierto, fue uno de los Secretarios de Estado del gobierno que, sin un ápice de la ética que hoy escatima al hablar de Bosch, ordenó el bombardeo de la población civil dominicana en 1965.
Pretende hablar de “luces”, pero en realidad es un recurso para solazarse en las que considera “sombras” siguiendo el manido recurso de exculpar a los golpistas y centrar las razones del golpe de 1963 en las “debilidades” de Bosch.
Ese análisis obvia el contexto nacional e internacional, la guerra fría, el choque frontal de Bosch con quienes pretendían (y luego consiguieron con el Golpe) repartirse la fortuna de Trujillo cuyo único dueño era el pueblo dominicano.
Entre las tantas infamias reeditadas ahora se encuentra la de que Bosch acordó con Balaguer “un pacto histórico que impidió fortalecer la democracia y la aparición de líderes de relevo”, con la cual se intenta “desmitificar” a Bosch y presentarlo como un estafador y un simulador durante 40 años. Aún peor farsante que Trujillo, superándolo en doblez y malignidad, pues no sólo impidió la democracia, sino que se burló de ella ante su país y el mundo (¡Vaya forma de mostrar “luces y sombras”!).
Señalando algunas “luces” busca la manera de perfumar el cuchillo que enterrará después en el corazón mismo de lo que hace de Juan Bosch un referente ético-político: precisamente, su coherencia entre la integridad íntima y la integridad publica; su permanente exigencia consigo y con los demás de que se debe ser hombre de bien, consecuente y digno ante sí y ante la nación.
¿Cómo explicar 48 años después del golpe, 46 años después de abril de 1965 y casi diez años después de muerto Bosch tanto interés en “desmitificar”, o sea, tanto afán en encubrir y torcer la verdad?
Quizás la respuesta haya que buscarla en aquellos versos de Manuel del Cabral dedicados al Coronel Fernández Domínguez que advierten que “hay muertos que van subiendo/ cuanto más su ataúd baja”.
Santo Domingo, 25 de abril de 2011
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